19033_1163_1_lgEn el espacio social, una persona podría exhibir una dialéctica refinada, exquisita; pero una cosa es decir y otra  bien distinta es hacer. En consecuencia, el grado de inteligencia práctica de una persona jamás podría medirse por su acción verbal, aunque sea  importante el caudal cultural que incluyan sus palabras; más bien corresponde valorarla por los sucesivos actos realizados en el tiempo que, cuanto más prolongado, mejor evidencia la capacidad del individuo. Además Albert Einstein afirmaba: “Es más importante la imaginación que el conocimiento”.

 En el  ámbito político, en particular y por ejemplo, el más capaz nunca debiera ser el que más “horas-comité” acumula; sino el que demuestre lo expresado en el párrafo anterior; de este modo habremos contribuido a perfeccionar el sistema de selección a través de una genuina intención patriótica, donde ubicamos al pueblo en la cúspide de la estructura social.

 Tampoco son los más capaces para tal función, las personas mediáticas y por ese único atributo, por más que cautiven con su verborragia ¿Entonces, dónde estaría el campo fértil para hallar lo que buscamos? Corresponde  indagar en el seno de la sociedad privilegiando simplemente, y como condición fundamental, el bien común; en consecuencia, querer es poder y así habremos dado un gran salto hacia las soluciones que el pueblo espera y sueña para poder, por lo menos, realizar las ilusiones básicas que hacen a la calidad de vida. Para ello, el altruismo en cada elección debería ser la bandera que flamee lozana y permanente, en momentos que el criterio de selección sea realmente un  acto de servicio y jamás un negocio personal o sectorial.

 Cuando obramos con ecuanimidad suceden cosas buenas y, a veces, enormes también. Por ejemplo: Juan Manuel Fangio, era un joven mecánico de Balcarce, su pueblo natal,  amante de “los fierros” por eso comenzó a correr con autos que él mismo preparaba; eran máquinas modelo treinta y pico. Fangio tenía condiciones y pronto consiguió ganar a partir de su debut en Turismo Carretera, en el año 1938, donde salió campeón de la temporada; más tarde ganó una competencia internacional. Pasaron algunos años y enterado de estos resultados, el general Juan D. Perón quiso conocerlo y así sucedió un día; en ese momento, el entonces Presidente no privilegió ni amigos de la política (que tenía muchos y,  algunos, destacados corredores inclusive) y menos aún a los camaradas de armas; sólo prevaleció en su ánimo el impacto que le produjo aquel muchacho humilde de Balcarce. Por ello, pronto envió a Fangio a Alemania, y en éste país debía entrevistarse con directivos de la poderosa Mercedes Benz, con la recomendación personal de Perón para que le asignaran una máquina de primera línea y, de esta manera, probaran las condiciones del “chueco”. Enseguida la realidad mostró cuánto valía ese piloto y cuánta perspicacia hubo en su impulsor, el general. Finalmente, la historia del “quíntuple” campeón mundial es ahora patrimonio de la Argentina que lo vio nacer.