Bien sabemos que los valores materiales tienen una sinergia recíproca y constante con los valores morales. No obstante, en esta ocasión haremos una abstracción y nos referiremos únicamente a éstos últimos. Los cuales son un verdadero sustento del modo de vida en cualquier sociedad del mundo. Y dado su natural efecto multiplicador con el simple transcurso del tiempo, mientras genera el fundamento social destinado a la vida civilizada de un pueblo, pues éste es el único camino racional y perdurable al andar. Por eso, el contenido y propósito de las leyes deben proteger una dinámica destinada al funcionamiento social adecuado, el mismo que dignificaría a cualquier lugar en el mundo.


Por consiguiente, jamás se podría gobernar racionalmente a un pueblo sobre la sistematización de la mentira, porque ésta se funda siempre en la inmoralidad. Y peor aún si a tal situación le agregamos la falta de idoneidad y voluntad para resolver los asuntos que afligen a los gobernados. Que son los verdaderos mandantes y la razón de ser de la propia institucionalidad ¿Y por qué prospera con tanta facilidad esta especie? La respuesta es simple y lógica, pues mientras el pueblo, en general, trabaja diariamente con el propósito de llevar el sustento a su hogar, están los que elucubran, desde un comité y cuanto ámbito sea factible, componendas, trenzas y acuerdos no siempre con fines lícitos. En consecuencia, son éstos últimos los que logran mayor difusión de su persona dentro de una sociedad, de un pueblo, en una región y más allá también. Sencillamente, esto acontece debido a que son algunos medios de comunicación masiva, los encargados de difundir, a veces de manera obsesiva, los actos y dichos de quienes promueven “las roscas” para beneficio personal y sectorial. Y cuyas consecuencias, son como dardos lacerantes para las genuinas aspiraciones de un pueblo que ansía una decorosa normalidad para su vida.

Y precisamente, son esos mismos medios los que por prebendas de orden comercial, económico, impositivo, etc. prestan sus estructuras bien aceitadas para la difusión de la publicidad que ordena el mandante. Con un propósito muy fácil de advertir a simple vista. Porque casi todos lo captamos, pero son pocos los que podrían hablar públicamente sin implicancias desagradables sobre su persona y bienes.

Sin embargo, lo peor viene cuando ese comportamiento de “patrón de estancia”, se impone progresivamente en una sociedad. Y de ese modo convierte en víctima a cada ciudadano que antes era libre, pero ahora ya ni podría emitir una opinión que contraría, de cualquier modo, al régimen imperante en su propia comarca, que se extiende hasta conformar un país. No obstante, a veces, trasciende las fronteras naturales con intenciones de difundir tales regímenes a otros sitios, cuyo único propósito sería el de agrandar y reforzar su imperio ideológico y patrimonial.

Con todo, jamás podríamos soslayar los fracasos con estrépito de los intentos realizados durante una historia más o menos reciente. Y acontecida en distintos enclaves esparcidos por el mundo. De lo cual, parte de la sociedad parecería no haberse dado cuenta aún, pues continúa pregonando la difusión de la debacle, a la vista y consideración del mundo entero. En una realidad tan palmaria que abrumaría, inclusive, la comprensión del ciudadano más desprevenido. Y cuyo efecto intercepta el placer normal de una vida digna. Luego, para perfeccionar el acierto, solo basta con adentrarse en la historia más o menos reciente. Y por consecuencia, deberíamos aceptar que: “La realidad es la única verdad”, tal como solía afirmar Aristóteles. O estimar lo que aseveraba, como regla básica, don José de San Martín: “Cuando la patria está en peligro, todo está permitido. Menos no defenderla”.