Es la familia, la célula social de una comunidad, de un pueblo, de una nación y, en la sumatoria, del mundo entero. Y en estos conjuntos, precisamente, se funda la convivencia con la premisa de que, cuanto más ordenada funcione, mayor será el beneficio general para sus integrantes, donde esa condición individual naturaliza espontáneamente un efecto multiplicador que, a la postre, podría anidar con extensión de tendencia universal. Luego, cuanto más sistematizada transcurra una sociedad, tiende a generalizarse el bienestar, y sin la necesidad funcional de claudicar en ningún asunto de estricta justicia.

Sin embargo, la estimación del párrafo anterior se deteriora inexorablemente y en todos sus aspectos cuando existen grupos de personas solo abocadas a integrar un sector de la sociedad, donde prima la ideología radicalizada, y de ese modo desdeñan los valores básicos, necesarios para conformar una sociedad normal. Lo cual sucede cuando ellos mismos, se apoderan de la “racionalidad a su manera”, con el propósito de crear sentimientos que luego colisionarían con los cánones lógicos. Cuyo ámbito, sería donde imperan los valores morales esenciales para lograr una sociedad normalizada. Y el efecto es siempre en beneficio destinado a fomentar una convivencia adecuada. Y es ahí, precisamente, donde anida la paz y la seguridad jurídica, que convierten al lugar en propicio para un verdadero y sustentable desarrollo económico, social y político para cualquier pueblo del mundo. Por consiguiente, este beneficio solo es posible sobre la base de un Poder Judicial, con plena autonomía en su funcionamiento, más la voluntad política inquebrantable por sostener la vigencia de las leyes y la aplicación de las mismas. Porque resulta innegable que las grandes inversiones productivas y genuinas, por ejemplo, únicamente aterrizan donde la seguridad jurídica es indudable y eterna. Y si agregamos la estabilidad política y el orden social con plena vigencia, el panorama sería aún mucho más promisorio para cualquier país del mundo.

También es verdad que de esta manera definimos escuetamente el camino propicio, trazado sobre un status moralmente lógico y necesario. Sin embargo, a veces acontece que es la propia racionalidad la que va creando los sentimientos que se contraponen al deber ser, al deber actuar según demandan las reglas que dictan las leyes y la propia moral. Situación que, por caso, jamás podría observarse en el mundo animal, pues allí solo generan disputas las necesidades naturales, tales como la alimentación, procreación, etc. Y todo lo demás se rige por la memoria asociativa, donde eternamente fundan el beneficio de la propia supervivencia. Cuya digresión está destinada solo a estimular el aprendizaje.

Por consiguiente, ¿dónde estaría nuestra supremacía sobre la fauna irracional, y en cuanto a la familia, más la integración social? Todo lo cual, no resulta difícil de discernir, porque la diferencia es abrumadora en lo que refiere a la conveniencia de vivir en familia, en pueblos o en el mundo entero. Dado que los animales saben cuál es su espacio en el planeta y se limitan a él, nada más. Y de igual modo será por los siglos de los siglos. Pues no anida en su sentimiento natural, lo que denominamos “codicia”. Sí, porque la codicia es un rasgo perverso que se apropia del comportamiento humano y hace peligrar la sana convivencia. De ello, hoy día, mientras transcurre el mes de abril del año 2023, tenemos la vigencia de frecuentes muestras palmarias. Todo lo cual pone en gravísimo riesgo la paz y la integridad del mundo, donde personas con mentes oscuras anteponen sus tortuosos designios al honor de integrar una “gran familia”, local, regional y mundial. Y en el ímpetu por realizar sus propósitos, donde siempre invocan razones disfrazadas de patriotismo y justicia universal. Inclusive, a veces con tinte filantrópico. No obstante, el mundo azorado por los acontecimientos que se avecinan al percibir las consecuencias, porque simultáneamente, se presiente un cataclismo en ciernes, de tal dimensión, que pondría en peligro la paz y la integración del planeta. Tal vez parezca un poco fuerte esta apreciación, pero cuando la humanidad está en grave riesgo, lo peor que podemos hacer es sentarnos y ver qué pasa. Porque ese silencio e inacción tendrían un sesgo de complicidad, en beneficio de los promotores en quebrantar la paz.

Y con solo pensar que dentro de esa contingencia están las familias que integran los pueblos del mundo, aterra el belicismo, fundado generalmente en la codicia, más la irracionalidad de quienes piensan que destruyendo comunidades inocentes, sin el menor remordimiento, serían valorados por la historia universal como auténticos justicieros. En consecuencia, jamás serían juzgados por los tribunales competentes. Pero la realidad muestra otra cosa en el tiempo transcurrido. Lo cual se radicaliza con la frase de Aristóteles: “La realidad es la única verdad”.