9f3c6a2f0086090e6f240c0b17dec9ceEn el estudio de todas las cosas, concebidas por la naturaleza para formar el planeta Tierra, existen pocas dudas de que el proceso debería  lograr un equilibrio a fin de complementar el adecuado funcionamiento genérico, en particular, basado en una coexistencia armónica entre todos los seres con vida, vegetal y animal. El tiempo fue transcurriendo y, en el devenir, hubo una especie que progresivamente se apoderó de los bienes materiales, mientras fomentaba su propia supremacía en el reino animal, incluyendo un amplio derecho de pertenencia de dudosa legitimidad. Tal vez pensando en la superioridad funcional, pues desde su génesis poseía el raciocinio, en cambio el resto de la fauna contaba solo con el recurso de la memoria asociativa, creada desde el instinto de conservación y nada más.

En consecuencia, aquel raciocinio permitió mejorar paulatinamente las propias condiciones de vida, pero muchas veces a costa de todo el excedente. Por ello, a la par de tal progreso en la supervivencia, de a poco, creció un sentimiento egocéntrico que abonó en el ser humano la percepción de que, en realidad,constituía una especie superior, con privilegios sobre el remanente de la fauna. Para lo cual buscó razones, incluso recurrió a invocaciones divinas desdeñando, de este modo, la lógica original de la propia existencia. Y así, a través de múltiples recursos, se fue colocando en la cúspide de la pirámide de la vida, sin embargo, no conforme con esto, también se apoderó de todos los intereses materiales del planeta.

Pese a las múltiples creencias o excusas humanas, jamás podríamos imaginar tal discriminación en la fuerza creadora del universo, pues en ella la vida  representó su máxima expresión, llena de profundo misterio. Por consiguiente, la vida es única. Y todos los seres que milagrosamente la detentan son iguales ante la naturaleza.

¿Acaso, en este contexto, el ser humano se podría asignar por propia voluntad algún derecho indigno? Por ejemplo: matar por matar, sin siquiera recordar que existe el Quinto Mandamiento que manifiesta: “No matarás”. O someter a castigo o vejámenes, hasta provocar su muerte, a los animales con el fin de divertir a otras personas y juntar mucho dinero, por caso en la corrida de toros y la pelea de gallos. O el cautiverio, en reducidas celdas, de animales que por su naturaleza claman por su hábitat original, por lo cual   mueren  agobiados y sin culpas. O aquellos que, mediante tratos impiadosos, son obligados a realizar gravosas tareas de carga  y tracción, en tanto que carecen de suficiente alimentación y agua.  Al respecto, el Mahatma Gandhi afirmaba: “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”.

No obstante, podríamos comprender cuando se  trunca la vida de un animal con el propósito de satisfacer la cadena alimentaria natural. No olvidemos tampoco, que la condición de “carnívoro”, es  inherente a diversas especies animales y, por ello, tomada como legítima  por la naturaleza universal.

Por lo tanto, urge dictar leyes y procedimientos adecuados que prohíban, y para siempre, la barbarie ejercida por los humanos sobre los animales, con el mero propósito de disfrutar  el padecimiento de seres que jamás podrían defenderse. Donde campean personas que cínicamente se escudan en pretextos, tales como: “tradiciones”,  “deporte”, “conmemoraciones históricas”, etc. Pero el objetivo capital, de todo eso, suele ser el dinero que rinden esos actos. Ante  tales acontecimientos y para entender el comportamiento del hombre, cabe la aseveración del filósofo alemán, Friedrich Nietzsche: “La crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad”.

¿Llegará alguna vez el día en que se establezca una inflexión ética, y a partir de ese momento el valor de la vida animal pueda retomar el sentido esencial que primó en la creación del mundo, el que luego se llamó Tierra? Si de veras nos interesa esta cuestión, debemos comenzar por aceptar que ese día depende únicamente del ser humano.