Ni por un instante podríamos dudar que el ser humano, es un sujeto gregario por naturaleza, con lo cual cultiva su propia integración social, necesaria y conveniente para la supervivencia normal, expresada en el más amplio espectro. Por ello, una vez sintonizada esta predisposición, útil en el ensamble destinado a forjar las condiciones óptimas para una vida mejor, individual y de conjunto. Todo lo cual, comprenderá a la salud física y mental de cada persona, para desarrollar luego una convivencia de verdad civilizada, que permita lograr naturalmente la paz, más la evolución económica y social del pueblo en cuestión.

No obstante, también el ser humano es capaz de adaptarse al aislamiento voluntario y, de ese modo, sumirse en la más absoluta soledad. Sin importar las razones terapéuticas, ni las tendencias gregarias. Al respecto dos casos resuenan, en especial, porque fueron ampliamente difundidos, dado el tinte dramático que ambos contienen, por una supervivencia llevada al extremo. Y de este modo pudimos conocer algunos detalles de tan llamativo modo de vida que adoptan algunos seres humanos, los cuales ni siquiera valoran las conveniencias generales, sino que solo obedecen a una especie de romanticismo privado, con efecto centrípeto.

Brevemente, dentro de la Argentina, dos de esas excepciones más relevantes son:

1-El pueblo se llama Totoralejos. Y era apenas un caserío levantado a la vera del Ferrocarril Manuel Belgrano, por donde circulaba el tren conocido como “Cinta de Plata”, cuyas vías férreas, en esa zona se desplegaron casi paralelas a la ruta nº 60, y dentro de la provincia de Córdoba. Pero un día, a comienzos del año 1993, las autoridades pertinentes decidieron levantar el servicio y todo se derrumbó en ese poblado.  En aquellos momentos eran cerca de 100 sus habitantes. Los cuales decidieron abandonar el pueblo, incluso la estación y la escuela. Cuyo resultado fue producto del aislamiento, material y espiritual. Justo a partir de semejante decisión, la cual quebró las esperanzas lógicas de los habitantes del lugar.  Pasaron los años y ahora todo esta semidestruido, solo la desolación y la inmensidad de las “Salinas Grandes” identifican el lugar. Sin embargo, hubo una excepción y se llama Miguel Palacios, nativo del lugar, que decidió permanecer inmerso en un verdadero ostracismo. Por eso, en mucho tiempo figuró como el único habitante de Totoralejos. Y aún hoy día, pese a todo, continúa aferrado a su terruño. Tal vez, abrigado con la esperanza por un tiempo mejor, donde todo vuelva a ser como entonces.

2- Y en la provincia de Buenos Aires, el pueblo se llama Villa Epecuén. El cual se inundó totalmente en el año 1985, merced al desborde de una gran laguna próxima. Por ello sus habitantes fueron evacuados y perdieron todo. Sin embargo, Pablo Novak, de 92 años de edad, apenas se disipó el riesgo de la última pandemia y luego de vivir durante un tiempo en un hogar de ancianos, volvió a Villa Epecuén. Y ahora es el único habitante del pueblo. El cual manifiesta en cada instante, y máxime si alguien lo desea escuchar, que es feliz en ese lugar, allí donde inició su vida. Y también es el sitio elegido, desde el que algún día partirá hacia la eternidad. En tanto que, en ese preciso momento, su rostro mostraba la convicción de un deseo inquebrantable, forjado en el paso lento e inexorable del tiempo.

Finalmente, como podremos observar, cada ser humano alberga un mundo de sensaciones en su alma. Y cuyo contenido le confiere un matiz único a su personalidad. Por consiguiente, de modo natural, vivirá a su manera. Con rasgos tan particulares, que muchas veces lo conducirían a entender la vida de un modo distinto a lo establecido por las reglas sociales básicas y vigentes. Por lo tanto, en muchas ocasiones podría no coincidir con el pensamiento ajeno, individual o colectivo. Inclusive, pese al instinto gregario. Y de allí, el fundamento de los matices tan particulares dentro de las historias de Miguel Palacios y Pablo Novak.

Porque en estos casos, resulta evidente que el geotropismo sentimental comandó la sensación de pertenencia, al tiempo que ambos soslayaron cualquier otro motivo basado en la lógica social. Lo cual, obedece a una rara alquimia, que luego destinan para comprender y disfrutar la vida a su manera, en el lento y monótono transcurrir de cada instante. Allí, donde la paz y las cosas simples de la vida, serán por siempre las verdaderas “señoras” del lugar.