Durante muchísimos años practiqué la cacería, y ahora estoy medio retirado de la actividad cinegética, merced a la acción de los agroquímicos, desmontes y otros vapuleos al ecosistema. Recuerdo, allá en el monte santiagueño, cuando el propósito eran las vizcachas y la noche el momento adecuado; antes de iniciar la ronda, solía preguntar al lugareño más viejo: ¿Don Esculapio, esta noche se levantará viento? Y él oteaba la distancia, como oliendo el aire y pronto respondía: “Mire don Carlos, cerca de la medianoche habrá un poco de viento”.  Y  jamás se equivocaba.

 La naturaleza tiene cosas sorprendentes, que interpretadas adecuadamente ayudan a sobrevivir o, por lo menos, a mejorar la calidad de vida en los avatares de la existencia misma de todos los seres que habitan el planeta tierra, en el más amplio espectro. Por ejemplo, la vizcacha, que es de hábitos nocturnos, no sale de su cueva cuando sopla viento de cierta intensidad, porque de no tener en cuenta este detalle, no podría escuchar oportunamente a su eventual enemigo. Y si estuviera fuera de la madriguera en busca de alimentos y se levanta viento repentino, ella rápidamente se meterá en su guarida. Tampoco sale en las  noches de luna llena, porque sería fácilmente vista por sus depredadores; todo este procedimiento natural es coordinado por el “vizcachón”, un ejemplar macho de mayor edad y volumen corpóreo que el resto del conjunto  habitante en una cueva, el cual ejerce un rol de supremacía y es el encargado de velar por la seguridad de todos; tarea que realiza con verdadero arte y sin más escuela que la consolidación de la memoria asociativa en la supervivencia animal.

 El instinto natural de conservación es realmente asombroso ¿Verdad?

 Dicen que el ser humano, además de  ese instinto de conservación posee la razón, y esto lo hace “un ser superior” en la fauna. Sin embargo, con frecuencia, en la práctica no vemos que tal prerrogativa exista siempre; por caso, en días de tormenta y en particular cuando en la ruta algún ventarrón o densa niebla impide totalmente (o casi) la visión para el transeúnte motorizado; éste suele continuar y, muchas veces, a una velocidad que lo convierte en verdadero kamikaze. En ese instante  todos claman por la intervención dela Policía, y sobran los que recriminan,  a la misma, por la falta de un pronto ordenamiento. ¿Será porque  nos abandonó el instinto de conservación y también la razón?