El pueblo era muy pequeño, apenas cien almas lo habitaban y constituía un típico conglomerado de agricultores gringos, donde la vida transcurría tranquila y monótona, solo la escasez de lluvias  o una enfermedad podrían representar una seria preocupación en la vida cotidiana, mientras promediaba la década del ´60.

 Allí una familia, en particular, integrada por el matrimonio y sus dos hijos varones, decidió un día que Honorato, el mayor de éstos continuara estudiando luego del ciclo primario, y de este modo podrían disfrutar en el futuro a “mi hijo, el doctor”. Pero únicamente era posible realizar este sueño si el otro hijo, de nombre Mario, permanecería en el campo, para que el trabajo  en conjunto pudiera solventar los estudios del mayor.

 De esta manera pasó el tiempo con aparente normalidad, pero llegó el día en que Mario terminó el nivel primario y quiso seguir estudiando también,  fue en ese preciso instante cuando sus padres sentenciaron que debía permanecer en el campo y colaborar con ellos en el trabajo  para respaldar con dinero al hermano. Por eso, en medio de un clima de sometimiento y resignación, porque en esa época  era inimaginable desobedecer a los padres, Mario jamás pudo estudiar.

 Habían pasado varios años y, al fin, Honorato se laureó. Recuerdan en el pueblo que su padre al enterarse gritó alborozado: ¡Ahora sí que mi hijo, es doctor ¡ Y en el eterno silencio de la vida campesina esa exclamación perduró  como una letanía  a través del tiempo. Después, con la máxima premura pidió dinero prestado y le instaló “el consultorio” a Honorato, quien supo aprovechar con creces tantos beneficios, a los que unió su astucia y  pronto comenzó  a juntar mucho dinero, demasiado para la vía normal.

 Sin embargo, el silencio del doctor preocupaba a sus padres y también a Mario, porque jamás dijo “gracias” por todo el esfuerzo que ellos habían realizado durante sus estudios. Sostienen algunos, que no debemos esperar nunca el agradecimiento por los favores ofrendados, pero es cierto incluso que la palabra “gracias” es gratuita y abarca una  lisonjera sensación para esos corazones que cultivaron el altruismo hasta convertirlo en verdadero sacerdocio, mientras impulsaban la vida con cada latido. 

 La espera resultó vana, pues jamás pudieron cubrir esa ilusión. Más bien sucedió todo lo contrario, ya que en el transcurrir el doctor, vaya uno a saber por qué conflicto interior, fue desplegando su odio hacia quienes otrora lo ayudaron y llena su alma con tal sentimiento, pasó a la acción. En consecuencia,  aplicó  en contra de su propia familia todo lo que había aprendido  en el claustro universitario. Tanto es así que a Mario, en cierto momento, le prometió con voz dislocada y tono amenazante: ¡“La calle será tu hogar, porque te tengo bronca”! Y a sus padres literalmente  ignoró para siempre. Es evidente que el doctor había logrado  otro título inclusive, el que seguramente imagina  el lector  luego de transitar esta  historia.