Se trata de una derivación lógica, cuando las condiciones económicas, políticas y sociales de un pueblo no favorecen para el desarrollo racional de sus habitantes. En tanto que las posibilidades de realizar un cambio adecuado en breve, se tornan en una vulgar quimera. Entonces, suele acontecer que el camino elegido por los jóvenes y no pocos mayores inclusive, sea el que denominamos “éxodo”. Cuyo destino podría ser, apenas atravesando la propia frontera del país y en otros casos, el vuelo será allende los mares. Lo cual, en ambas situaciones, constituye un verdadero desarraigo, con el triste resultado que horada el sentimiento de las familias, porque deberán, inexorablemente, soportar la desintegración de su núcleo íntimo cuando alguno de sus integrantes abandona el pago. Y cuya derivación, jamás estaría dentro de los planes iniciales y normales que se refieren a los proyectos, porque la naturaleza humana cultiva un sentimiento que induce a permanecer en el lugar donde inició su propia vida o, por lo menos, no alejarse demasiado de él. Dado que es el ámbito normal y eterno, en el cual se atesoran los recuerdos esenciales, aquellos que le dan mayor volumen a la existencia misma.

Y, a veces, también incluye la historia de varias generaciones sucesivas, cuyo resultado consolida una verdadera tradición de pertenencia, con fundamento histórico. En realidad, se trata de un conjunto de sensaciones donde jamás podría anidar la añoranza por la lejanía. No obstante, y entre los jóvenes en especial, suele prosperar un sentimiento de aventura, pues al andar por otros países y recorrer el mundo se funda en un proceso natural de intrepidez, que los impulsa a vivir múltiples sensaciones, mientras van acomodando su destino sobre la tierra.

Pero el éxodo, en su verdadera esencia, no tiene fundamento en una especie de rebeldía sin causas, sino que se origina por las condiciones que ofrece el país donde habitan las personas que deciden emigrar, según explicamos en el párrafo anterior. Y las razones frecuentes y básicas, suelen emanar de los actos de gobiernos con ideologías incompatibles a las racionalmente necesarias para alcanzar y sostener el preciado rango de un país normal. Cuyos motivos son recurrentes, tanto en el orden social, como político y económicos que, por lo general, atentan contra las legítimas aspiraciones del pueblo, sin importar el rango social al que pertenecen sus habitantes. Y los más perjudicados siempre serán las personas mayores y los de condición humilde, además de los jóvenes y los emprendedores en general. En consecuencia, podríamos resumir, que el efecto más nocivo se irradia sobre quienes sostienen, como modo de vida: el trabajo, la familia, la inversión productiva, el progreso y la paz social. Más otros valores que podrían dignificar naturalmente a cualquier pueblo del mundo, porque son universales.

Lamentablemente, las razones invocadas en el párrafo anterior, casi siempre son las causas determinantes de la emigración. Por lo tanto, el éxodo es un hecho que duele en el alma de los familiares que verán partir a sus seres queridos y, tal vez, para siempre. Mientras que la Patria, de pertenencia, padecerá por haber perdido a un habitante valioso. ¿Y por qué valioso? Simplemente, porque suele ser un ciudadano con preparación cultural, además de la racional voluntad para el trabajo, por el mero compromiso social que anida en su manera de comprender la vida. Condiciones éstas que son básicas para pretender insertarse, en particular, en el Primer Mundo. Y justamente por eso es “Primer Mundo”, también denominado mundo desarrollado, porque en ese lugar, el trabajo y la preparación cultural y técnica son exigencias que jamás podría soslayar el individuo que intenta reinsertarse. En consecuencia, no es posible pensar que allí la vagancia sea subsidiada a largo plazo, dado que esa condición es privativa únicamente de los regímenes con deformaciones políticas y sociales, por ejemplo. Y cuyo resultado incide de lleno en la situación económica y moral del país en cuestión.

Cuando el éxodo se produce desde el seno de una familia, lo cual solemos escuchar o leer en determinados medios de información masiva, por ejemplo, parecería que el contenido es propio de una novela. O que pertenece a una historia inverosímil. Pero cuando el desarraigo acontece en la propia familia del que se manifiesta, aseguramos que la angustia pega fuerte. Y uno ofrenda espontáneamente toda la bronca a quienes propugnaron por crear las condiciones de la decadencia moral y material. Pues hay estamentos y cargos que jamás podrían ser ocupados por cualquiera que gana una elección, sino que deberían ser privativos de las personas con idoneidad e integridad moral para ejercer tal o cual función y jamás por afinidad política únicamente. Donde, dado el caso de mala praxis, la Ley lo demande. Y no solo Dios y la Patria.

En nuestra valoración, pocas dudas existen de que el éxodo implica forzar el destino, pues altera la tendencia lógica de un individuo. No obstante, menor es la incidencia negativa sobre un individuo joven, dado que cuenta con el ímpetu natural por la aventura, como parte vital de su existencia. Y es allí, precisamente, donde reside la mayor diferencia. Pues la persona adulta, y cuanto mayor es, por su naturaleza tiende a conservar su pertenencia familiar, más el entorno social dentro del propio terruño. En consecuencia, para él, un desarraigo, es muy probable que se convierta en un verdadero trauma y, por ello, difícil de sobrellevar. Decíamos que no acontece de igual modo con los jóvenes que emigran de su patria, por razones de aventuras o expulsados por la falta de expectativas laborales, económicas, sociales o, simplemente, debido a la sinergia política imperante y estable.

Finalmente concluimos aseverando que el éxodo obedece a una patología multifacética, pues suele tener componentes políticos, económicos y sociales. Cuyo resultado siempre hará mella en el patrimonio y en el ánimo de la gente, la que en última instancia buscará salvarse de esa manera. Es decir, con el éxodo.