Es imposible dudar sobre si la esperanza, de verdad, es una condición necesaria para nutrir la vida de todo ser humano, y sin distinción alguna.  Tanto es así de importante que, si alguien se atreviera a renunciar por tal adenda natural y básica a la vez, estaría cultivando el desencanto por sentirse desprotegido de esa verdadera savia que impulsa su existencia. Pero no solo la vida, desde el punto de vista puramente biológico, sino que alude al propósito de marcar una huella, material y espiritual, sobre la superficie que define nuestro mundo. Con lo cual representará un verdadero patrimonio para su posteridad, y cuyo impacto será por tradición.

Pero la esperanza deriva de los sueños. Y al respecto, William Shakespeare afirmaba: “La persona que no se alimenta de sus sueños envejece pronto”. Luego, para el desarrollo normal de una esperanza, es menester que no haya interferencias negativas de otras personas, organizaciones y ni del propio Estado.

En el primer caso sería mediante lo que denominamos “bullying”, realizado en ambientes tóxicos y con la indiferencia o complicidad de los responsables del lugar; y los sitios de mayor difusión son, sin dudas, los establecimientos escolares; luego vendrían los laborales.

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