ww4eEra justamente el 10 de junio de 1940.  Y desde las primeras horas  la jornada  transcurría  calurosa  pese a que todavía restaban algunos días de primavera, por eso el mar invitaba naturalmente a disfrutar de sus  extensas playas, el ciclo lectivo apenas había terminado y los alumnos  deambulaban ruidosamente por las calles de la ciudad sin  motivos más que gozar de las vacaciones escolares.  De repente todo cambió, porque empezaron  a circular  comentarios  tenebrosos que conducían al miedo, y  un mal presagio invadió los ánimos.  A partir del mediodía por altavoces móviles difundieron una información, que repetían a cada rato: “Hoy a las 18 horas Benito Mussolini hablará al país desde el balcón del Palacio Venecia en Roma”. Por otra parte, las fuerzas fascistas instaban a los ciudadanos a reunirse en las plazas de cada pueblo o delante de las sedes del partido Nacional Fascista.

En el atardecer de ese día Mussolini declaró la guerra a Francia e Inglaterra, de este modo el país entraba en la Segunda Guerra Mundial y formaría parte del “Eje” junto a Alemania y Japón. Fue una jornada aciaga para el pueblo italiano,  esa noticia  produjo una  profunda conmoción general al presentir las graves consecuencias que traería un  conflicto bélico de tal magnitud.

Habían pasado casi dos años desde el inicio de la guerra y en este momento todo parecía calmo en la ciudad, a pesar de frecuentes informes sobre la contienda armada que se desarrollaba en otros sitios del país, un tanto alejados de aquí. Me voy en bicicleta a los pinares, quiero practicar un poco, dijo Giovanni a su madre, Anna.  Un par de horas después regresó a casa y apenas abrió la puerta vio a su madre, tenía  una mueca de consternación en su rostro, pero todavía  pudo balbucear: “llegó una comunicación rara, que no entiendo bien, es algo para vos”. Entonces Giovanni, tomó rápidamente ese papel y leyó en silencio. A continuación, muy grades sus ojos se abrieron y dijo: “me convocan para defender a la Patria, estoy obligado”. En ese instante Anna rompió en  llanto mientras exclamaba: “¡Si eres casi un niño todavía, no puede ser!” Sí, era verdad, Giovanni había cumplido 19  unos días atrás. Y tal vez por esa intrepidez que asigna la juventud  sentía en su pensamiento que ya estaba incorporado al Ejército, y no tenía miedos.

Lamentaba, no obstante,  dejar a sus padres y al hermano menor, además por alejarse de la  ciudad que lo vio nacer, Viareggio,  extrañaría también a los compañeros de colegio  y el mar, ese azul intenso del Mediterráneo y sus largas playas de arena fina que casi todos los días recorría, mientras las olas suaves y permanentes bañaban sus pies descalzos.  Sabía que lo esperaban tiempos inciertos y dramáticos  porque emprendería una aventura trágica, con riesgo de vida, con olor a muerte. Por eso, ante este destino forzado, sin otra alternativa, mejor era pensar que todo se trataba solo de un sueño, un largo sueño, del cual algún día despertaría, y ojalá pudiese despertar un día.

Llegó el momento  de la partida, a fines de julio de 1942. Solamente  sus padres y el hermano lo acompañaron a la estación de trenes. Y antes de partir, los cuatro se  confundieron en un abrazo que parecía eterno. Todos lloraron por tan feo destino, sin embargo en cada uno anidó una luz de esperanza por el pronto retorno, pero fue por un instante y nada más. El tren se puso en marcha, al tiempo que con estridencia continua sonó su pito, y lentamente se fue alejando; para Fóscaro y Anna, el destino les terminada   de arrebatar un hijo, entonces los invadió esa horrible sensación de  que nunca más volverían a verlo y la desesperación ganó los ánimos,  ni siquiera hubo  un poco de templanza en Fóscaro, dada  su experiencia por haber participado en la Primera Guerra Mundial.