A veces solemos leer que la persona humilde es consciente de su perspicacia creativa y de su agilidad mental para elaborar oportunidades destinadas a múltiples proyectos de vida. Pero jamás haría alarde de sus logros y posesiones, más bien tiende a compartir su capacidad y sus alegrías con el prójimo y, en especial, con sus allegados. Por otro lado, es proclive a aceptar naturalmente, y sin subterfugios, sus equivocaciones y errores. Sin embargo, debemos convenir que en nuestros tiempos la humildad es un atributo que escasea desde el punto de vista que sugiere una óptima convivencia. Y esto sucede porque el materialismo y la ostentación van ganando terreno dentro de la exposición social cotidiana y normal, cuya manifestación es observable a simple vista, y por lo cual definiríamos una verdadera perogrullada si intentáramos explicarlos en este espacio.

Luego la humildad posee aspectos que incluyen comportamientos disímiles y, a veces, también con significado notoriamente variado. Por ejemplo, encontraremos algunos sinónimos que permiten extender la multiplicidad semántica del término en cuestión, tales como: sencillez, timidez, docilidad, vergüenza, sumisión, paciencia, etc.

En otro orden, corresponde afirmar que la humildad es una virtud humana que significa conocer y aceptar nuestras propias debilidades y atributos como modo de vida. Luego implica compartir nuestros conocimientos, además de aceptar naturalmente los errores. Lo cual incluye también ser agradecido como norma inclaudicable e inherente a nuestra conducta.

La complementación adecuada de la gratitud y la humildad, constituye el mejor modo porque amalgamadas inciden, de manera preponderante, a construir la felicidad en el sentimiento de nuestros días. Inclusive, la humildad jamás sería un púlpito adecuado para el que no es proclive a dar las gracias por los favores recibidos.

En consecuencia, la persona humilde estaría dotada de la condición básica para lograr naturalmente la optimización de las relaciones sociales. También, esta amalgama moral, contribuye a fomentar el liderazgo en perfeccionar cualquier acción terapéutica para beneficio de la propia salud, pues mejora la sensación anímica. Lo cual se somatiza de manera inmediata.

Incluso la humildad se funda en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, tal como aseverábamos más arriba. Y, desde allí, nos permite accionar con la certeza y el aplomo que nos demanda el buen tino en la vida, porque además tiene un contenido sentimental, dado que el origen etimológico del término deriva de “humus”, es decir, tierra fértil. Pues nos propone una permanente actitud contemplativa y receptiva, con fundamento continuo en nuestras propias limitaciones.

Finalmente decimos que la humildad no significa ser débil ni timorato. Y mucho menos implica carecer de la intrepidez y el coraje que demanda la vida para convertirse en verdadero emprendedor. Y en ese contexto, amerita discernir que lo realizado por nosotros mismos nos asigna confianza en cualquier proyecto. Sin embargo, cuando nuestros logros derivan de la colaboración de otras personas, correspondería que nos cubra un manto de humildad.