Nací en esa pobreza donde hieren profundo las carencias de todos los días. Por consiguiente desde los 7 años de edad debí trabajar en diversas tareas del campo, allí donde vivía. En la Escuela Nacional número 24 me eduqué, en el ciclo primario, y en su recinto conformé el grupo de amigos  que permitió, en gran medida, romper el aislamiento campesino de aquel entonces. A muchos compañeros aún recuerdo con nostalgia, y son aquellos que mi memoria permite retornarlos al presente. Por ello volver, siempre representa en mi consideración un auténtico regalo para el sentimiento.

Desde los 9 años de edad quedé solo, junto a mis padres, en nuestra casa, pues mis hermanos se mudaron a la ciudad con el propósito de continuar sus estudios. El presupuesto familiar era escaso, por ello, fui compelido a trabajar en pesadas y fastidiosas actividades para mi corta edad. Por ejemplo, la eterna rutina en la tarea del tambo, realizada a cielo abierto, por las mañanas en el corral normal y por la tarde entre unos añosos paraísos, fueron tiempos en que jamás se admitirían feriados, asuetos o simples desganos, pues había, sin conmiseración alguna, que generar el dinero necesario para el hogar y el destinado a los otros dos hermanos. En prolongada imposición a lo largo de casi doce años, lapso que constituyó el tiempo necesario para concluir el ciclo secundario y luego el período universitario.

Andando los años y ya en la adolescencia, trabajé en tareas propias de una persona mayor, porque mis padres sobrepusieron la necesidad a la razonabilidad. Pero había que generar recursos para pagar los estudios también. En consecuencia, manejé un tractor muy viejo, aré, sembré y coseché inclusive a la par de los adultos y por varios años. Con todo, un día al iniciar estas gravosas tareas, terminé el ciclo de la escuela primaria y quise continuar mis estudios; sin embargo, mis padres expresaron, con viso de apotegma: “lamentamos porque para vos ya no alcanza el dinero”. No importa, medité, me basta con solo implementar la enjundia y ejercitarla con perseverancia, a fin de comenzar los estudios secundarios como alumno libre, mientras trabajaría normalmente en el campo. Así pasé por la Escuela Superior de Comercio de San Francisco y un Instituto Técnico a la vez. En el primer claustro mencionado, los profesores y personal directivo incluso, manifestaron reiteradamente que en la dilatada historia de esa Escuela no registraban antecedentes como éste, el de alumno libre y autodidacta, y que tampoco comprendían la verdadera razón por la que yo debía realizar semejante esfuerzo, mas preferí callar para resguardar la dignidad de mi familia.

A pesar de todo, finalicé el ciclo secundario y en Córdoba continué en la Universidad Tecnológica Nacional, ingeniería mecánica era mi meta. Casi de inmediato, y merced a la gimnasia estudiantil anterior, me inscribí en otra carrera, dentro de la Universidad Nacional  de Córdoba y ciencias económicas fue mi propósito. Sin embargo, en el transcurrir debí agregar horas  a mi trabajo para ayudar a mi madre, viuda desde algunos años atrás, por consiguiente, me sentí forzado en abandonar una de las alternativas. Y fue la ingeniería.

Más tarde y en algo más de cuatro años obtuve el título de contador público nacional, y un teniente coronel me entregó el diploma. A partir de este momento muchísimas cosas transité, hasta arribar al cargo de director de un estudio profesional. Y en el itinerario fui realizando todas las cosas posibles, con el propósito de nutrir  el espíritu y fortalecer el cuerpo, tales como sustanciosos viajes junto a mi esposa e hijos, maratón a nivel internacional, incluso con  la participación en otras disciplinas deportivas. Y a todo lo anterior, agregué otro motivo: el destino de escritor. De este modo, investigué durante  más de diez años el fenómeno de la Colonización agraria en la Argentina y la historia de algunas familias que participaron en esta gesta. También compuse varias obras literarias, cuyos títulos, por ejemplo, son: Historia, Filosofía, Economía y don Zoilo; Argentina el País que Sería, Por el Sendero del Éxito Económico, Julio A. Roca y sus Negocios, Los Accidentes de Tránsito y la Razón de esos Males, El Avance Tecnológico y la Desocupación, Colonización Agraria en la Argentina, Bambín, Fundación de Colonia Luxardo y Vida en Letras.

Además hice aportes de historia, economía y humor para  el Diario La Stampa, de Torino, Italia; la Revista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Córdoba y  La Voz de San Justo, respectivamente. Con todo,  disfruté del mayor candor literario cuando escribí  el Prólogo del libro referido a “los 100 años de existencia” de mi escuelita de campo, privilegio que me brindó la gente de mi pago. Entonces ¡Mil gracias a todos ellos! Por tenerme en cuenta, pese a que me alejé del lugar hace casi cuatro décadas.

Carlos Evasio Maggi

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